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De acuerdo: Islandia es un país muy pequeñito, casi insignificante si nos fijamos ya no tanto en su extensión (apenas 100.000 kilómetros cuadrados) como sí en su población (apenas 350.000 habitantes; como Bilbao, por ejemplo). No hay ningún futbolista islandés especialmente famoso, y lo más conocido que tiene esta lejana isla, ubicada entre el noroeste de Europa y Groenlandia, es su molesto volcán, de nombre impronunciable. Tal vez por eso nadie habla de Islandia, porque al fin y al cabo, ¿a quién le interesa Islandia? Bastante tenemos ya con lo nuestro como para preocuparnos de Islandia... Tal vez por eso, o tal vez porque a algunos parece no convenirles demasiado que se hable de Islandia. Y sin embargo, Islandia debería interesarnos. Y mucho. Con los medios de comunicación empachados de "semi-fallidas" revoluciones árabes, y trasladando así la idea de que cualquier cambio radical es necesariamente a peor, nadie ha querido detenerse más de la cuenta en la exitosa, meteórica y pacífica revolución islandesa, la revolución de las cacerolas. Islandia, el país que dijo "yo tiro por otro lado"... y acertó.
Durante muchos años, Islandia representó el progreso y la seguridad. La ONU incluía sistemáticamente a Islandia entre los primeros puestos del ranking de países más desarrollados: la renta per capita se situaba entre las más elevadas del mundo, se invertía en energía verde, en tecnología y en I+D+I, con un excelente sistema educativo e impuestos bajos. El 90% de la población tenía acceso a Internet. Economía libre pero con un Estado activamente vigilante. Parecía imposible que algo pudiese hacer tambalear los cimientos de Islandia...
Pero ese "algo" existía. Y se llamaba Lehman Brothers. Año 2008. Los tres principales bancos del país quebraban de la noche a la mañana: el PIB cayó un 16%, la bolsa suspendió su actividad, las entidades financieras perdieron más de 100.000 millones de dólares (recordemos el tamaño del país).. La inflación y la devaluación de la moneda, junto con la fuga de capitales, dejaban a Islandia en una situación dramática. La renta per capita de los islandeses se redujo exactamente a la mitad. ¿Os imagináis que, en cuestión de semanas, vuestra riqueza se reduce a la mitad... o que vuestra pobreza se duplica?
Y en este contexto arranca la "revolución de la cacerolas". Los islandeses exigieron responsabilidades y soluciones. La ciudadanía tomó el control y decidió que la salida a esa situación pasaba por una serie de medidas que resultan ser absolutamente contrarias a las que se vienen adoptando en el resto de países europeos en crisis. Así reaccionó Islandia ante su crisis:
- El pueblo islandés, "indignado" en un sentido muy similar al español, y auto convocado de forma espontánea, forzó la dimisión en pleno de los poderes ejecutivo y legislativo, así como el cese de varios jueces. (cabe reseñar aquí que la democracia islandesa es una de las más antiguas del mundo, ya que data del año 930).
- Fueron detenidas y procesadas más de doscientas personas entre políticos (inlcuido el primer ministro), banqueros (los doce más importantes del país) y grandes empresarios (muy interesante este detalle). Muchos de ellos acabaron en prisión.
- Se nacionalizó toda la banca.
- Los bancos quebrados habían contraido grandes deudas con Holanda y el Reino Unido. Pues bien, se convocó un referendum en el que el pueblo, con un 93% de coincidencia, decidió no reconocer estas deudas, al considerarlas de origen fraudulento.
- Se creó una Asamblea Popular compuesta por veinticinco ciudadanos seleccionados, no políticos, para rescribir una nueva Constitución.
- Se apostó por el fortalecimiento del sector público y del Estado del Bienestar como solución a la crisis y al empobrecimiento del país (políticas de crecimiento, no de austeridad).
- La ciudadanía, en consulta popular, aprobó dejar caer a los bancos insolventes, sin rescate posible, asumiendo los riesgos que tal circunstancia pudiese provocar. Es más, impulsó el enjuciamiento, y en muchos casos encarcelación, de los banqueros.
Todo se llevó a cabo de forma pacífica (excepto por parte de varios banqueros y empresarios, que se dieron a la fuga. Hubo que llamar a la Interpol para detenerlos. El banquero Einarsson, por ejemplo, tenía en Gran Bretaña un palacio valorado en doce millones de euros). No se derramó ni gota de sangre. Para expresar su malestar y para hacerse oir, los ciudadanos utilizaron, todo lo más, el ruido de unas cacerolas.
Apenas cuatro años después del crack, Islandia crece hoy de nuevo al 3%, y su economía recobra día a día la fortaleza de antaño. Continúa apostando por los valores que le convirtieron en paradigma de progreso: la educación, la cultura del conocimiento, la innovación, la investigación, la democracia real, el sistema del bienestar, el sector público... Islandia, así, ya habla de crisis en pasado.
Los analistas, politólogos y economistas afines a la causa recortista no tardarán en esgrimir una batería de argumentos técnicos que desbaraten la idea de que España pueda o deba tomar nota, al menos en parte, del caso islandés. El común de los ciudadanos no entenderemos ni uno sólo de esos argumentos (apenas los entienden ellos), aunque seguramente sean válidos. Por ejemplo: Islandia devaluó su moneda, algo que los países de la zona Euro no pueden hacer. Pero más que centrarse en el detalle concreto, en el análisis de las medidas una por una, cabría apuntar hacia un significado simbólico y conceptual de lo sucedido en Islandia: ¿de verdad no hay otra salida diferente de la que marca Merkell, y siguen con sumisión Rajoy y otros tantos? ¿Es el empobrecimiento del país la única solución?
En la encrucijada, nos han obligado a tomar el camino de la derecha porque es, dicen, el "único posible". Nos recortan todo, pero es "por nuestro bien". Y resulta que ese camino se muestra tortuoso, bacheado, inhumano... y su final ni siquiera se vislumbra a lo lejos, si es que acaso vamos verdaderamente hacia él. Pero éte aquí que Islandia se fue por el camino de la izquierda, y ya ha llegado a su destino, con un viaje bastante más placentero y honesto que el nuestro. Allí, entre otras cosas, han tenido la dignidad de conseguir que los verdaderos culpables de lo sucedido asuman sus actos, no como en esta España de cachondeo en donde los responsables de la crisis siguen siendo los encargados de solucionarla.
P.D.: ¿Por qué la revolución islandesa ha sido silenciada por los medios de comunicación españoles y europeos? ¿Es sólo porque Islandia es muy pequeñito y no interesa a nadie, o hay más motivos...?
Islandia me produce una tremenda envidia. Ha sido un pueblo que supo revelarse contra sus dirigentes, contra sus banqueros, y han exigido además responsabilidades. ¿Cómo es posible que aún nos sigan dirigiendo los mismos políticos? ¿Qué pasó en el Banco de España? ¿Cómo Telemadrid puede prescindir de la tercera parte de su plantilla? ¿Quién los contrato?... ¡Rato en Movistar! ES TODO UNA BURLA. Te envidio Islandia.
ResponderEliminar¡Perdón! Tres cuartas partes de la plantilla.
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