miércoles, 26 de febrero de 2014

Rajoylandia: malditas personas, maldita realidad

Si no fuera por las personas, ¡qué bien estaríamos gobernando! Si no fuera por la realidad, ¡qué buenas serían las cifras! Malditas personas. Maldita realidad.

Las reformas del gobierno habrían sido un  gran  éxito si no fuera por un pequeño detalle: las personas existen. Todo encajaba: recortes en derechos sociales, recortes en derechos laborales, recortes en el estado del bienestar, Europa encantada, las élites felices… Las cuentas daban. Era perfecto… Pero claro,  las personas existen. Porque de pronto, aparecieron la pobreza y las desigualdades,  emergió la realidad de los dependientes, de los desempleados, de los enfermos, de los pensionistas, de los estudiantes… y el esquema se fue al traste.  Las personas son un incordio, unos aguafiestas… estropean el modelo. Para el gobierno la gente estorba y la realidad molesta.

A millones de españolitos les encantaría vivir en ese planeta paralelo en el que vive Rajoy. Les encantaría vivir, como Mariano, en los Mundos de Yupi, en Matrix, en Rajoylandia:  un paraíso, un lugar donde todo es maravilloso, donde no hay ningún problema, donde el gobierno acierta en todas y cada una de sus medidas, donde sólo el futuro es todavía mejor, si cabe, que el presente. Pero no, todos esos millones de personas viven, por desgracia para ellas y para el gobierno, en España. En la España de hoy.

Millones de españolitos se habrán sentido burlados, por no decir insultados, con las intervenciones del presidente en el Debate sobre el Estado de la Nación.  Rajoy, orgulloso y encantado de conocerse. Mientras,  el país alcanza máximos históricos de pobreza, desigualdad, paro, corrupción, privatizaciones… Rajoy no siente que esos asuntos le incumban, no se siente aludido. Mariano, en Rajoylandia.

El comienzo de su discurso, con un resumen de prensa propio de los programas radiofónicos de la mañana y en el que, por supuesto, sólo se ocupó de los titulares favorables, confirma que la principal preocupación del presidente es que la prensa (principalmente la prensa  liberal europea) le dé palmaditas en la espalda. Ésa es su prioridad, la razón de su ser de su mandato. Como es obvio, desechó los cientos de  titulares que hablan del clamoroso fracaso de su reforma laboral, del millón de nuevos parados, o de las críticas a su austeridad selectiva sin crecimiento. Tampoco recordó, por ejemplo, la imagen que España proyecta en el mundo por asuntos como la reforma de la ley del aborto, la “ley Fernández”, la corrupción o Ceuta.

Que Rajoy, su gobierno y su partido se erijan en abanderados de “compromiso con la regeneración democrática” y en protectores “de los más desfavorecidos” es una broma de mal gusto. No hace falta dar mayores explicaciones al respecto. También es enojante que insista en que se ha “pedido” un esfuerzo a los españoles. Aquí no se ha “pedido” nada. Se habría “pedido” un esfuerzo si el esfuerzo viniese contemplado en el programa electoral, cosa que, huelga decir, no sucedió. Aquí no se ha “pedido” nada; se ha impuesto con un uso ilegítimo de una mayoría absoluta lograda en situación de fraude democrático.

Treinta y cinco años después, nuestros representantes políticos todavía no han aprendido a distinguir entre un Debate sobre el Estado de la Nación y un mitin de domingo por la mañana en la plaza de toros del pueblo. Se supone que el Debate ha de ser sesudo, serio, riguroso…lo primordial sería el análisis real de lo que sucede, el diagnóstico de los problemas y la búsqueda de soluciones. De un Debate se espera algo más que un “qué guapo y alto soy yo, y qué bajito y feo eres tú”. Esto último debería quedar para los mítines. Pero no.

El gobierno de Rajoy lo tenía todo bien pensado y planificado… hasta que la realidad se esnafró en sus narices. Si no tuviéramos que ocuparnos de  las personas, ¡qué bien estaríamos gobernando! Si no fuera por la realidad, ¡qué buenas serían las cifras! Malditas personas. Maldita realidad.

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