Una semana siguiendo minuto a minuto y conociendo al detalle todos los pormenores del macabro atentado de Boston. Pocas horas después de las explosiones ya sabemos los nombres y las circunstancias vitales de los fallecidos, qué hacían allí, cuáles eran sus ilusiones, si tenían familia… Países de todo el planeta expresan su solidaridad con Estados Unidos. Los medios de comunicación se vuelcan con el suceso. Se intensifica (aún más) el debate sobre el terrorismo, sobre la seguridad. Dos trastornados han asesinado a tres personas en América: la tragedia de Boston invade el mundo.
Dos días después, 27 personas (niños incluidos) mueren en una cafetería de Bagdad tras la explosión de una bomba. Ni caso. No se trata de medir los atentados al peso, en función del número de muertos, pero sí es cierto que en Irak “salimos” a diez o quince víctimas diarias desde que a unos iluminados con delirios de grandeza se les ocurrió ir allí en busca de bombas imaginarias. Dejaron al país sumido en el caos más absoluto y con la violencia como forma de vida. Pero no pasa nada. Lo mismo en Afganistán, en Libia, en Siria… Todos esos muertos no parecen contar. Supongo que sus vidas valen menos, que no tienen proyectos, ni madres, ni hijos, que nadie sufre por sus pérdidas…. En realidad no tienen ni nombre. Son muertos de segunda. Ninguna televisión les preparará reportajes a cámara lenta y con musiquitas conmovedoras. Occidente no se siente ni responsable ni aludido por sus muertes. No habrá minutos de silencio por ellos.
Un muerto occidental en atentado terrorista es un muerto de primera, con mucho más “peso”, por ejemplo, que un niño africano al que la comunidad internacional deja morir de hambre. Esa vida no interesa a nadie. Que un bebé muera desnutrido en un país perdido de África no se considera terrorismo. También es un muerto de segunda… o de tercera. Ni punto de comparación con el pequeño Martin: su vida sí que tenía valor.
Un muerto occidental en atentado terrorista es un muerto de primera, con mucho más “peso”, por ejemplo, que un niño africano al que la comunidad internacional deja morir de hambre. Esa vida no interesa a nadie. Que un bebé muera desnutrido en un país perdido de África no se considera terrorismo. También es un muerto de segunda… o de tercera. Ni punto de comparación con el pequeño Martin: su vida sí que tenía valor.
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